Comenta Cristina Rabadán-Diehl (Madrid, 1962), que acaba de pasar esa fecha en la que «una lleva más tiempo viviendo en EEUU que fuera de ahí». Su marido la sorprendió aquel día con una cena en un restaurante que el cocinero español José Andrés tiene en Bethesda, la ciudad donde está la sede del organismo sanitario más potente del mundo, los Institutos Nacionales de la Salud de EEUU (NIH). Esta farmacéutica dirige el programa de Centros de Excelencia de uno de ellos, el de Pulmón, Corazón y Sangre (NIHBH). Para hablar de su experiencia, asistió recientemente a una jornada organizada por la plataforma española de ensayos clínicos CAIBER. Usted participa en el programa gubernamental We Can!’ para promover hábitos saludables. ¿Cómo se consigue esto en niños y adolescentes?

«Ojalá pudiera decir cómo promover hábitos saludables en los niños».

Ojalá lo pudiera decir, es precisamente lo que estamos investigando. El problema de la obesidad es muy complejo. No sólo tiene un aspecto biológico, sino también uno sociocultural muy importante. En parte, somos víctimas de una transición epidemiológica, del progreso. Se han unido varios factores: el hecho de que la comida basura sea asequible y se haya hecho muy atractiva a través del marketing, especialmente a los niños regalando juguetitos; el hecho de que tengamos menos tiempo, por lo que los padres no pueden dedicar tiempo suficiente a las comidas; que haya más inactividad física, algo a lo que quizás han contribuido los videojuegos; el tema de las distancias, que hace que ahora dependamos mucho más del coche; y, por último, la seguridad, que evita que los niños ahora se vayan solos a la calle como antes. Una de las medidas que se proponen es la limitación de productos poco sanos en las máquinas expendedoras ¿Puede chocar esto con la libertad? No me voy a meter en lo que es éticamente correcto, sí sé lo que es incorrecto. Nosotros tenemos la responsabilidad de proteger a los menores, porque ellos, por la inmadurez, no tienen una visión de futuro. Lo que está muy claro es que si empieza con unos hábitos alimenticios y de conducta que no son sanos, cuando llega a la edad adolescente tiene muchas posibilidades de convertirse en un adulto obeso y ponerse en un riesgo muy grande de enfermedades crónicas no transmisibles, como enfermedad cardiovascular, diabetes, etc. Yo creo que en las escuelas se tiene que dar una educación y esta es una manera, a través de evitar lo que científicamente se ha demostrado que es malo para ellos. Hacerlo en la escuela no inhibe la libertad del individuo; allí uno tiene que comportarse de cierta manera y tiene que ir vestido de cierta manera, porque es un entorno que se exige dentro de un ambiente cívico.

«Lo que nos causa estrés y lo que internalizamos como tal es distinto».

¿No se hacen demasiadas intervenciones en niños y pocas en adultos, que son los que tienen problemas? Es mucho más complicada la intervención en adultos. Hay aspectos socioculturales que arrastramos desde la infancia e influyen en nuestras conducta. Por ejemplo, mi generación fue educada por gente que vivió la posguerra, una época en la que se pasó mucha hambre, y a nosotros nos obligaban a terminar el plato de comida. También el estrés influye muchísimo en nuestra forma de comer. Además, lo que nos lo causa y lo que internalizamos como un efecto estresante es diferente para cada uno. Se ha demostrado que, cuando estamos bajo estrés, hay una reacción fisiológica en la que uno tiende a tener antojos de comida con alto valor calórico, especialmente dulces. El problema de la obesidad adulta es más complejo, no se trata de que no haya interés. Ahora se está intentando hacer programas para acabar con la obesidad en las empresas. Usted es responsable del programa de Centros de Excelencia del NIHBH, situados en países en vías de desarrollo. ¿Por qué han imitado lo peor de los países ricos, como los factores de riesgo cardiovasculares?

«Puede haber factores de riesgo desconocidos en los países pobres».

Parte de lo que está pasando es fruto del éxito en ayudar a estos países a combatir las enfermedades maternoinfantiles y las infecciosas. Antes, la gente vivía poco, porque no tenían acceso a vacunas ni a una alimentación adecuada. Otro culpable ha sido la globalización, que ha traído oportunidades económicas para el crecimiento de esta población y un valor adquisitivo y les ha pasado lo que nos pasó a nosotros. Pero nosotros hicimos una transición epidemiológica más lenta, producto de la industrialización. En los países más pobres ya se conocían las técnicas de marketing y todo ha ido más rápido. También está la hipótesis de Barker, que dice que las alteraciones en el ambiente intrauterino hacían vulnerable al bebé para desarrollar estas dolencias en la edad adulta. Y en estos países había, desde luego, lo que llamamos un ambiente obesogénico. Pensamos que esto está influyendo. También puede haber factores de riesgo desconocidos y por eso es tan importante construir puentes de investigación con estos países.