Más allá de los factores ambientales, se apunta a una posible predisposición genética por parte de los niños españoles que explique las altas cifras de obesidad.  España posee el dudoso honor de ser el país europeo con un mayor índice de obesidad (12 por ciento) y sobrepeso (25 por ciento) en jóvenes y adolescentes, lo que está haciendo que patologías hasta ahora típicas de adultos comiencen a aparecer en los jóvenes como la diabetes tipo 2, el aumento de triglicéridos, la disminución del colesterol HDL o la hipertensión arterial. Las razones principales de este incremento, según Jaime Dalmau, coordinador del Comité de Nutrición de la Asociación Española de Pediatría (AEP), se encuentran en el cada vez más elevado nivel de sedentarismo, la alta ingesta de calorías procedentes de grasas y proteínas y el bajo consumo de frutas y verduras. Pero más allá de los factores ambientales, se está investigando si la predisposición genética puede influir en el desarrollo de la obesidad, «puesto que los países del norte de Europa presentan una rutina de ejercicio y dieta semejante a la española, así como unos programas preventivos similares, pero sus porcentajes de niños obesos son ligeramente inferiores», apunta. José María Ordovás, director del Laboratorio de Nutrición y Genética de la Universidad de Tufts (en Boston, EE.UU.), está llevando a cabo diversos trabajos de investigación del genoma con el objetivo de identificar el riesgo que tiene cada persona de sufrir obesidad. Sostiene que cada individuo tiene unas necesidades nutricionales diferentes y que en el futuro los avances en nutrigenómica permitirán diseñar dietas personalizadas. Para prevenir la obesidad, Ordovás propone un seguimiento y educación nutricional de las mujeres embarazadas —ya que el riesgo de obesidad y las enfermedades metabólicas están asociadas con el estado fetal— incrementar los estudios de la flora intestinal con objeto de regularla, y actuar sobre factores relativamente ignorados, como los aspectos cronobiológicos. Además, defiende que no sólo es importante lo que comemos y en qué cantidad, sino también cuándo lo hacemos, porque cada individuo está genéticamente optimizado para realizar diferentes actividades en diferentes momentos del día.